....
el dolor es exilio y lengua nueva ....
Andrés
Trapiello
Recursos
emocionales de los médicos
¿Por
qué hablar de emociones?
Si tuviera que pensar en un momento en el que he
vivido la esencia de la medicina, no me acordaría de diagnósticos o
tratamientos brillantes. Regresarían a mi mente y corazón tan vívidamente como
cuando era un residente primerizo la imagen y la voz de aquel hombre de mediana
edad sufriendo por una grave hemorragia digestiva diciéndonos: “¡Esto que hacéis es muy grande, muchachos!”
tras agradecer nuestros desvelos por estabilizarle hemodinámicamente para poder
ser intervenido quirúrgicamente.
Son experiencias de este tipo, las que
proporcionan fortaleza de ánimo y confianza en la utilidad de nuestra labor. La
medicina es una tarea de relación entre personas, y no existe ninguna
interacción humana en la que las emociones no estén presentes.
¿Influyen
las emociones en la salud?
Disponemos de múltiples pruebas de la repercusión
de las emociones en la salud de las personas. Tanto las emociones negativas
(ira, pánico) como las positivas (alegría, satisfacción personal) tienen
efectos a nivel neurofisiológico y hormonal, liberando hormonas del estrés
(estimulación simpática) o sustancias estimulantes y hormonas del bienestar
(endorfinas y anandamidas-cannabinoides endógenos) respectivamente. Además, las
emociones tienen también efectos a nivel inmunológico, estableciéndose
relaciones entre nuestra mente y sistema inmune que son estudiadas por la
psiconeuroinmunología. Un ejemplo conocido del papel de las emociones sobre la
respuesta inmune es la mayor predisposición a padecer enfermedades virales en
situaciones estresantes.
Pero para nosotros como médicos lo más importante
es saber que hablar de emociones con
nuestros pacientes constituye un procedimiento terapéutico muy útil, porque
nos permite modular las emociones negativas, evocar las positivas y abrir
ventanas cuando se cierran puertas. Las emociones son contagiosas, y podemos
ayudar a consolar, aliviar y curar contagiando emociones positivas, con
disponibilidad, escucha y empatía. Es importante para ello adquirir y emplear
recursos emocionales en la consulta.
¿Qué aprendemos los médicos?
Rebuscando en el aprendizaje de pregrado y
hospitalario encontramos el conocimiento del funcionamiento de los órganos y
los sistemas, los nombres de las enfermedades, las pruebas diagnósticas, cada
vez más caras y sofisticadas, el uso y mecanismo de acción de los cada vez más
numerosos medicamentos, pero nadie salvo
los verdaderos maestros ( que afortunadamente existen) nos recordaron que no
hay que olvidar que la enfermedad ocurre en una persona, en su contexto vital,
familiar, laboral y social, y que cada individuo es único. Individualidad ante
la enfermedad reconocida por los grandes clínicos como Gregorio Marañón, cuando
considera que “hay que buscar con más
ahínco al hombre en la enfermedad y no la enfermedad en el hombre”.
Los anglosajones diferencian disease la enfermedad, de
illnes
el padecimiento, pero ambas se diluyen cual acuarela en la mente del médico que
ha aprendido de forma mecanicista que son la misma cosa, enfermedad y enfermo.
Síntomas y signos, a veces nuestra única “pista”
enfrentados a los miedos, incertidumbres, preocupaciones, ilusiones, proyectos,
que van a influir de manera notable en el devenir de la salud y la enfermedad.
Si ignoramos esta información estamos creando una barrera para comprender los
problemas y nos desviamos del objeto de nuestra labor.
¿Cuántas veces hemos oído frases del tipo: “lo mío es solo lo del corazón, no me cuente
otras cosas”, como si en el momento que nos especializamos abandonamos la
condición de médicos y de personas?
¿Será esta despersonalización del acto médico la
razón por la que a pesar del avance científico nuestras posibilidades curativas
son cada vez menores por conocer mucho la biología, pero poco el sufrimiento
del enfermo?
En nuestro mundo tecnológico, los parámetros
analíticos y de imagen son la base para solucionar de un modo racional los
problemas. Creemos comprender síntomas
como las palpitaciones, o los dolores de espalda, signos como la fiebre,
erupciones cutáneas y pruebas complementarias, pero cuando todos los estudios
son normales, la exploración, los análisis, las radiografías. ¿Cómo interpretar
la ira, el miedo, la angustia, la desconfianza, la desesperanza? ¿Por qué nos
mostramos tan incapaces para enfrentar los sentimientos del enfermo? En general
nos sentimos perdidos, y con frecuencia culpabilizamos al enfermo de nuestra
incapacidad por no poderle encuadrar mentalmente en ningún diagnóstico que nos
permita salir airosos: “Es un funcional,
¡lo mismo de siempre!, ¡vaya pesado!, será de los nervios”, decimos,
desentendiéndonos del asunto.
Hemos
aprendido a buscar el mapa de los síntomas para seguir el camino del
diagnóstico, y a menudo no tenemos tiempo para ver la carretera y nos perdemos.
Somos como cazadores expertos que conociendo el manejo de las más sofisticadas
escopetas no nos damos cuenta de que el dueño del terruño sabrá ponernos en la
pista de la pieza. Y ¿Quién conoce mejor el territorio que uno mismo? Dejemos
que sea el propio paciente el que nos guíe, con su lenguaje, sus conocimientos,
sus opiniones. ¿Quién es el protagonista de la enfermedad? El que la padece.
Sin embargo, como afirma Winckler en palabras del doctor Sachs, las enfermedades llevan el
nombre de su descubridor, el médico, y no el del enfermo.
...
luz sin habla/voz callada/clara.
Vicente Aleixandre
El
encuentro. Saber escuchar nos capacita para ayudar.
Cada acto médico es un encuentro, encuentro entre dos hombres, en palabras de Laín.
Y un acontecimiento ético que debe
saber vivirse con el adecuado arte, moldeado por el ambiente, el grado de
conocimiento mutuo y las circunstancias en que se desarrolla. Ya en los textos hipocráticos se destaca la
importancia de las circunstancias externas en la curación de la enfermedad.
De una manera orteguiana podemos considerar que el
encuentro se produce entre nosotros y nuestras circunstancias, las del paciente
y las del terapeuta, que siempre son diferentes, y tiñen de modo particular
dicho encuentro. Su preocupación, nuestro cansancio, su desconfianza, nuestra
prisa, siendo por ello fundamental, salvar nuestras circunstancias para salvar
el encuentro.
Todos sabemos la importancia de las circunstancias
en los resultados de salud: la ambulancia llegó a tiempo, estuve en manos de un
buen cirujano, en mi ciudad hay unidad de cirugía cardiaca, el Centro de salud
está próximo a mi domicilio, mi médico me escucha…. ¿Podemos por tanto
olvidarlas?
Valoremos la importancia de las circunstancias en
los resultados, y mostremos una disposición favorable, porque los médicos de
familia vamos a tener las oportunidades. Pero aprovechémoslas.
¿Por qué se queja el paciente ?, podemos pensar, o
quizás mejor ¿Qué es lo que necesita de nosotros ?, ¿Cuál o cuáles son los
motivos reales de su consulta ?, ¿Por qué busca un encuentro con nosotros?
Busquemos la respuesta en el lenguaje verbal y no verbal del paciente durante
los primeros minutos del encuentro. Tengamos en cuenta que más del 90% de los
mensajes emocionales son no verbales. Miremos al paciente. Busquemos su mirada,
y dejemos que nos hable. Y después, escuchemos, con todos nuestros sentidos, y
hagámosle participe de nuestra escucha. Solamente así estaremos prestando una
atención activa y eficaz.
¿Escuchamos a nuestros
pacientes? Experiencias como las de Beckman muestran que les
interrumpimos en cuestión de segundos perdiendo tiempo y oportunidades de la preciosa información contenida
en la “agenda” del paciente con un promedio de tres preguntas que lleva al
médico de las que suele consultar la mitad. Las preguntas sin respuesta generan dudas, miedos e impotencia y crean
resistencias a seguir tratamientos que no logran comprender.
Nos escudamos en que no tenemos tiempo para
escucharles. ¿Es que hablan tanto
nuestros pacientes? Hay informaciones coincidentes que demuestran que la
mayoría de los pacientes emplean menos
de dos minutos en contarnos lo que les preocupa, información valiosa que
difícilmente obtendremos de otro modo. Por tanto, empleemos el “apoyo
narrativo” o “punto de fuga” y ganaremos tiempo, nuestro bien más preciado y
favoreceremos el encuentro médico-paciente y el cumplimiento de los
tratamientos.
¿Cómo debemos escucharles? Escuchar con toda
atención, sin juzgar. Escuchar con los oídos y el corazón. Que el otro se
sienta valorado y comprendido. La escucha ha sido valorada siempre por los
hombres sabios, así por ejemplo en sus meditaciones el emperador Marco
Aurelio nos recomienda acostumbrarnos a escuchar con la
mayor atención lo que se nos dice.
Dos autores clave en el aprendizaje de la
importancia de la escucha han sido el psiquiatra M. Balint: “si nos limitamos a hacer preguntas,
obtendremos respuestas y nada más que respuestas “y el psicoterapeuta
norteamericano C. Rogers: “escuchar
atentamente significa prestar una atención total y no dividida a la otra
persona, y hacerla comprender que estamos interesados y concentrados. Escuchar
es una tarea difícil que no realizaremos a menos que tengamos un profundo
respeto e interés por el otro individuo”.
Mc
Whinney aboga por el empleo de un método clínico centrado en el paciente
que no solo interpreta la dolencia del paciente en términos del médico, sino
que intenta penetrar en el mundo de la experiencia del paciente, lo que
requiere una actitud abierta y receptiva siendo la habilidad fundamental la
escucha activa.
Quizás sea la escritora S. Sontang la que a mi
juicio se acerca más a la perfección en la descripción del arte de escuchar
cuando se expresa de este modo en su novela el
amante del volcán: “Hay un momento en
que uno debe guardar silencio. Este es el momento en que acaricias el alma de
otro. Alguien de quien mana sentimiento a raudales...... A quién has ayudado a
llegar a este punto, quizás por el despliegue de tu propio sentimiento. Y luego
miras profundamente a los ojos del otro. Emites un pequeño mmmm o ahhh, un
sonido alentador, compasivo. Por ahora te limitas a escuchar, a escuchar de
verdad, y a demostrar que introduces en tu corazón lo que estás oyendo. Esto
raramente lo hace nadie”.
La
búsqueda. ¿Qué diagnosticamos? ¿Cómo lo interpretamos?
Receptores
y generadores de encuentros buscan soluciones para los problemas de sus
pacientes. Podría ser el lema de nuestra consulta. En ese
caso, lo principal sería conocer el tipo de problemas que tienen nuestros
pacientes y prepararnos para resolverlos: catarros, hipertensión arterial,
diabetes, hipotiroidismo, lumbalgia…. Algo
sabemos de estos problemas y tenemos estrategias para resolverlos.
¿Y los problemas emocionales? ¿Son frecuentes?
¿Poseemos en general buenas herramientas para buscar soluciones?
Alrededor del 30% de las consultas en Atención
Primaria se deben a problemas emocionales. Desde este prisma sería necesario
“implicar” a las emociones en una tercera parte de las consultas, pero esto es
incierto porque todas las enfermedades tienen un componente emocional ya que
los sentimientos (miedo, enfado, preocupación...) afectan a la totalidad del
individuo. Y el modo de “sentir” la enfermedad es siempre único, de manera que
su interpretación se complica. Preguntémonos, por ejemplo, con Wittgenstein
si puede entender la palabra “dolor” quién nunca ha sentido dolor.
Nur
der Freundschaft Harmonie mildert die Beschwerden...
(Únicamente
la armonía de la amistad alivia las penas...)
Schikaneder-Mozart
La
terapia. ¿Cómo “tratamos” a nuestros pacientes?
Si la misión del médico es triple, consolar
siempre, aliviar a menudo y curar siempre que sea posible ¿por qué nos
empeñamos en curar, desdeñamos aliviar y nos olvidamos de consolar?
Muy posiblemente porque vivimos en la cultura del
éxito y todo lo que no se resuelve de modo inmediato está mal visto.
Para todo hacen falta “intermediarios” y por eso tanto nosotros como los
pacientes y la propia sociedad pedimos máquinas y fármacos potentes como
intermediarios entre el paciente y el médico. Porque en la era de la
comunicación nuestra incomunicación nos hace temer al hombre, al silencio, a la
palabra. Incluso en las especialidades en las que esta es imprescindible, como
la Psiquiatría a veces el intermediario
fármaco de moda es lo único que el paciente recibe del médico.
¿Disponemos
de algo más que pastillas e inyecciones para nuestros pacientes?
Sin duda. Herramientas comunicacionales con
eficacia paliativa indudable y un amplio rango terapéutico. Su problema más
frecuente es su empleo en dosis subóptimas. Empleemos entonces el consuelo
(alivio aportado por alguien, que mitiga una pena y proporciona alegría), el
alivio que modera y disminuye la carga, corporal o de espíritu. Y cuando
podamos, restablezcamos la firmeza curando la enfermedad. El medicamento más potente somos nosotros
mismos. ¡Usémoslo en el modo y la dosis adecuadas! Con nuestro capital
cognitivo y emocional.
Herramientas
emocionales. Preparándonos a ser “facilitadores” de salud.
Todos poseemos nuestra propia arquitectura
emocional en coherencia con nuestras disponibilidades emocionales que componen
nuestro repertorio emocional. Los sentimientos son instrumentos disponibles
para relacionarnos con los otros que más que cualesquiera de nuestras demás
particularidades nos hacen únicos, o como diría Spinoza nos singularizan.
Es por tanto lógico pensar que del mismo modo que
cada profesional posee sus propias habilidades, conocimientos y actitudes
técnicas, es también portador de un instrumental
emocional personalizado responsable de que sus consultas tengan diferente
colorido que las del resto de sus compañeros. Y los pacientes lo saben, y lo
dicen. Y cuando pueden incluso eligen las tonalidades a su propio gusto.
Analicemos algunos de los instrumentos emocionales
que a mi juicio serían valiosos y nos facilitarían la hermosa tarea de pasar la
consulta del día a día.
1. La
paciencia. Es la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse,
capacidad para hacer cosas minuciosas, saber esperar. Sería a mi juicio, el primer recurso emocional del médico, indispensable para abrir la puerta a
una relación terapéutica fructífera, ya que no podemos escuchar sin ella, y sin
escucha no hay posibilidades para la empatía. La paciencia nos permite mantener
la posesión de nuestra alma y abrirla a los demás. Para el cuidado de esa
preciada esencia que es la salud y la comprensión del dolor y el sufrimiento
ajeno; nada más íntimo, delicado y necesitado de cuidados, es fundamental
desarrollar la inmutable tranquilidad de relojero ante las adversidades de la
propia consulta o el cotidiano microcosmos que la rodea (familiares, sala de
espera, ruidos). También es necesaria para permitir que “el otro” nos cuente
sus problemas de forma reiterada, para que se adapte a sus cambios vitales y
facilite su restablecimiento emocional.
La paciencia no es sin embargo bien valorada por los gestores ni muchos
de los profesionales que opinan que su labor es ser eficaz. No hay tiempo que
perder porque hay muchos pacientes. Pero el tiempo es nuestro principal recurso
y nunca hay tiempo mal empleado si sirve para conocer mejor al paciente y darle
confianza y posibilidades de mejora.
2. La
confianza es la actitud básica mediante la cual nos disponemos a la
interacción como si supiéramos del otro más de lo que podemos saber. La
intención de nuestra actuación y comportamiento es la intimidad misma y por ello la mejor compañía del médico en la
consulta es la “soledad” con el paciente para inspirarle confianza técnica y
ética. Todos sabemos cómo los pacientes nos “prueban” antes de confiarnos sus
mayores preocupaciones tanteándonos con consultas banales previas o como nos
solicitan intimidad (sin la enfermera, sin el residente, por ejemplo) antes de
mostrarnos lo más profundo de su alma. Y cómo nos lo dicen: Es que con
usted/contigo se puede hablar...
3. La
compasión es la tristeza por el mal ajeno. Su desencadenante generalmente
es el dolor del otro, del que acude a nosotros. F. Savater propone en su Ética para Amador que un principio básico para la buena vida es
tratar a las personas como personas, es decir ponernos en su lugar,
reconociendo su dignidad y “simpatizando” con sus dolores y desdichas, es decir
siendo compasivo. La compasión está relacionada con todas las capacidades del
médico: consuelo, alivio y curación de manera significativa. El sentimiento
básico que hace posible esa comprensión e identificación de las emociones
ajenas es la empatía, definida como la capacidad de compartir el estado
emocional de otra persona y comprenderla. (ponerse en su lugar). Desde una
vertiente terapéutica Rogers define la
comprensión empática como la captación precisa de los sentimientos
experimentados por el paciente y de los significados que éstos tienen para él
y, una vez captados comunicárselos, mientras que M. Balint entiende la empatía en medicina como una forma
de capacitar a los médicos para reconocer y comprender las dolencias de sus
pacientes, no solo en función de las enfermedades, sino también de sus
conflictos y problemas personales, para utilizar luego esta comprensión con
fines terapéuticos. Este autor, cuyas experiencias fueron continuadas por su
esposa E. Balint marca un importante punto de inflexión en
la valoración global del paciente, desde un punto de vista biopsicosocial, dos
décadas antes de la propuesta por parte de Engel de este nuevo paradigma en
medicina.
La empatía, pasa a formar parte de las
herramientas de trabajo del médico, que entiende el nuevo modelo de
comunicación en la consulta, la comunicación centrada en el paciente. Este
cambio conceptual, que da un giro en el protagonismo de la entrevista clínica,
parte de las primeras experiencias, se desarrolla posteriormente en la escuela inglesa
y canadiense y en nuestro país en el seno del grupo Comunicación y Salud de
semFYC.
Existe un componente innato y un componente
adquirido para la empatía, predisposición y aprendizaje. La empatía sería para
el médico una aptitud técnica que
requiere un aprendizaje teórico y práctico, imprescindible para una buena
relación terapéutica, que complementa la actitud
humana de ayudar al que sufre. Necesitamos probar que la compasión no es un
lujo sino una necesidad básica de los sistemas sanitarios.
4. La serenidad nos permite ajustarnos al momento, tensar las cuerdas
tanto como sea necesario para mantener el tono apropiado de la interacción. El
buen temple se ajusta al momento y la situación. A veces
flexible, a veces rígido, más lento o más rápido, dependiendo de las
circunstancias. Un ambiente sereno favorece la comunicación y la comprensión
por parte de médico y paciente del objeto del encuentro, así como las posibles
limitaciones del terapeuta para ser una ayuda, y dificulta el desacuerdo, la
desconfianza y el incumplimiento de los tratamientos. Transformemos nuestra consulta en un espacio
cálido y sereno.
5. La
asertividad es el desempeño pleno y con seguridad de nuestra tarea y por
ello se convierte en una herramienta imprescindible de comunicación con
nuestros pacientes. Seguridad para manejar la incertidumbre propia de cada
consulta, para transmitir confianza en nuestra capacidad diagnóstica y
propuesta de tratamientos, y para manejar sin alterarnos las situaciones
difíciles que se generan en la consulta. Nuestros pacientes vuelven a
visitarnos cuando han tenido la impresión de que otro médico o nosotros mismos
no les hemos transmitido seguridad en lo que hacíamos y dejan de venir a vernos
si pierden esa confianza en nuestra capacidad de saber lo que “nos traemos
entre manos”. Esta seguridad básica en nuestros actos dependería de la
combinación de la calidez y el control de nuestras emociones.
6. El
respeto es el sentimiento adecuado a todo lo valioso, y nada hay más
valioso que la persona humana. Trabajamos con y para las personas y es
requisito imprescindible para ayudar tener presente la dignidad del otro
independientemente de las posibles diferencias socioculturales que puedan
existir. Mantengamos un respeto activo, porque del brotará el cuidado. Respeto
desde la consideración de las creencias, opiniones, y actitudes del paciente, y
su derecho a disentir de lo que le proponemos. Recordemos que no estamos en
posesión de la verdad, porque la verdad no es patrimonio de nadie.
7. La
generosidad. La creatividad como capacidad de crear algo valioso que no
existía en nosotros o nuestro entorno amplía nuestras posibilidades, resuelve
problemas y fructifica como una sensación de alegría con nuestra tarea. Seamos
creativos en nuestra consulta, en la sala de espera, en la relación con los
demás. Evitar la monotonía es la mejor manera de estar satisfechos con nuestro
trabajo. Nada se hace bien sin alegría. La alegría es un gran recurso porque
amplía las capacidades y se relaciona con la actividad. Cuando el hombre siente
su propio poder se alegra decía Spinoza. La alegría nos expande
porque potencia, fertiliza, permite crear.
8. La
diligencia. En el país de “vuelva usted mañana” la diligencia suele gozar
de pocas simpatías, sin embargo, es una importante capacidad comunicacional por
estar relacionada con la fortaleza (capacidad de atreverse y resistir)
imprescindible en nuestras masificadas consultas, y la creatividad como
sabiduría del tiempo. Ser diligente, ser capaz de resolver los problemas de hoy
se relaciona conceptual y etimológicamente con el amor a la tarea que
desempeñamos. Nuestros pacientes nos agradecen cuando nos adelantamos a
visitarles, telefonearles o gestionar eficazmente sus problemas, incluso cuando
no lo esperan de nosotros.
9. La justicia
tiene un aspecto contable que atiende a la equidad, equidad en los servicios
que prestamos, en el cuidado de todos sin diferencias; y otro creador que
amplía los derechos (nuevos servicios y prestaciones). Debemos esforzarnos en
prestar una atención sin diferencias y sin limitaciones en nuestra oferta de
servicios. Justos cono el paciente, con la sociedad y con nosotros mismos.
Equitativos en el tiempo y las atenciones. Justos, por ejemplo, al recetar o al
tramitar una baja, justos con el paciente y con la sociedad.
10. La
sabiduría se define como el “talento para hacer las preguntas adecuadas y
buscar buenas respuestas”. Necesitamos saber tanto en el ámbito técnico como en
el comunicacional y en el emocional. Supongamos que visitamos a un paciente con
una neoplasia avanzada que presenta dolores por metástasis óseas. Buenas
preguntas serían, por ejemplo: ¿Cuál es el mejor fármaco para el dolor de
pacientes oncológicos con metástasis óseas ?, ¿Cómo podemos comunicar la
situación clínica del modo más útil y menos doloso para el paciente? o ¿Cómo
podemos conocer sus emociones y modularlas en su propio beneficio? Estaremos de
acuerdo en que la respuesta a estas tres preguntas será pertinente, pero
pensaremos en un ensayo clínico para responder a la primera. ¿Y las otras dos?
Experiencias como las de R. Buckman o Kübler-Ross.
nos permite mejorar nuestra capacitación para comunicar malas noticias y
comprender, compartir y modular las emociones en pacientes terminales
respectivamente. Tenemos datos, estudios, experiencias, debemos por tanto con Hahnemann
“atrevernos a saber”.
11. El
sentido del humor. Sin olvidar la seriedad de nuestro trabajo siempre que
podamos riamos. Reírnos nos ayudará a soportar mejor las tensiones, a ser más
nosotros mismos, a humanizar nuestra tarea. Reírnos de nosotros mismos, reírnos
con el paciente. Porque los chistes, las anécdotas, las complicidades son parte
importante de nuestra relación, momentos de vida compartida.
El
aprendizaje emocional.
¿Podemos aprender a comunicarnos con nuestros
pacientes y ser más eficaces emocionalmente?
Resulta sorprendente que la habilidad técnica más
importante para un médico, la comunicativo-emocional no forme parte de nuestro
aprendizaje, mientras dedicamos horas a conocer enfermedades y síndromes de
dudosa utilidad salvo la de salir airosos en exámenes tipo test. Surgen por
ello voces críticas hacia las facultades médicas por no enseñar a sus alumnos
la forma de acción y dosificación del medicamento médico.
Actualmente disponemos de múltiples pruebas de que
las herramientas comunicacionales deben ser enseñadas, pueden ser mantenidas en
el tiempo una vez adquiridas y se relaciona con una mayor satisfacción de los
pacientes que consultan con médicos que las poseen y mejoran los resultados
clínicos.
Experiencias de aprendizaje basadas en modelos
comunicacionales y psicoanalíticos han demostrado las grandes posibilidades de
mejorar nuestras habilidades comunicativas y emocionales, así como una mayor
satisfacción con el trabajo realizado. Desde las pioneras de Balint
en los años 50-60 a las más recientes es patente que los “buenos” médicos
se comunican con sus pacientes de modo más efectivo. El aprendizaje de la
relación médico-paciente ayuda al médico a comprender los movimientos
emocionales de sus pacientes, a conocer el dolor, la frustración, las satisfacciones
y expectativas de los pacientes y por ello es necesaria una formación que
incluya las implicaciones emocionales inherentes a la práctica clínica.
E.
Kübler-Ross reflexionaba hace más de 30 años
sobre la necesidad de un aprendizaje emocional en los profesionales sanitarios:
“Si fuéramos capaces de transmitir a nuestros estudiantes el valor de la
ciencia y de la tecnología al mismo tiempo que el arte y la ciencia de las
relaciones interhumanas, del cuidado humano y total del paciente, este sería un
verdadero progreso”.
Múltiples son las propuestas para médicos en
ejercicio, desde los grupos Balint, a otras experiencias de aprendizaje a
través de sistemas docentes que ayuden a recuperar y fomentar el humanismo de
los médicos mediante el análisis emocional de los contactos con pacientes con
enfermedades crónicas o invalidantes, los juegos de roles, la lectura y
comentario de textos literarios o películas. Los “grupos de humanización” y de
“autoayuda” y las técnicas de meditación nos permiten mejorar el control
emocional, tolerar mejor la frustración, aceptar nuestras limitaciones y ser
más flexibles ante situaciones estresógenas. Todas ellas son puertas abiertas a
una formación permanente de los médicos para mejorar nuestra capacitación
diagnóstica y terapéutica. Aprendamos,
mejoremos nuestra capacitación porque podemos
ser de mucha ayuda si empleamos nuestras mejores “drogas”, la escucha, el
contacto, la comprensión empática, que permiten al paciente compartir su carga,
el contagio de emociones positivas que favorezcan la autoconfianza y autoayuda
del paciente y el conocimiento de que el proceso cognitivo (mi enfermedad, mi
dolor, mi percepción de minusvalía...) se puede modular y modificar por las
emociones.
“....
Le había enseñado a escuchar la respiración de los enfermos, a oír con fervor
el sonido de su sangre bajo la piel, a buscarles en los ojos la causa del mal
que los lastima, a hurgar bajo sus lenguas, sobre sus lenguas, dentro de lo que
callan o dicen sus lenguas. Le había enseñado que nadie cura sin el deseo
intenso y entero de hacerlo, que ningún médico puede permitirse vivir lejos de
tal deseo. Le había enseñado que la vida de los otros, el dolor de los otros,
el alivio de los otros debía regir el aliento, las madrugadas, la valentía y la
paz de todo médico. Le había dicho que los intestinos de la gente saben más de
ella que su corazón y que la cabeza de la gente respira el aire que el corazón
quiere mandarle. Le había convencido de que nadie sobrevive a su deseo de
morirse y de que no existe enfermedad capaz de matar a quien ambiciona la
vida......”
Ángeles Mistretta. Mal de amores.
Hay quien opina que somos en gran parte lo que leemos,
por ello no puedo dejar de agradecer a todos los autores lo que me han ayudado
en mis pensamientos y emociones al escribir estas líneas, y muy especialmente a
José Antonio Marina,Carlos
Castilla del Pino, y Rosa Gómez-Esteban cuyos libros han sido para mí como
savia fresca que renueva las raíces.
Me
he permitido la licencia de introducir una frase de La flauta mágica de
Wolfgang Amadeus Mozart imprescindible maestro de las emociones, para
recordarnos que el médico que solo sabe de medicina ni de medicina sabe.
¡Atrevámonos a saber ¡
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