Os dejamos esta vez una interesantísima reflexión sobre estos tiempos de pandemia que comparte con nosotros el Dr Jose Ignacio Torres,
No dejéis de leerlo y si os apetece comentarlo.
Gracias, Jose Ignacio
Agradecimientos
A
Alberto, Concha y Alberto, amigos, compañeros de profesión y maestros de vida.
A
Elena, Juana, Sacramento, Fernando, Marisa y Natalia, pacientes y fuente
inagotable de enseñanza desde la humanidad compartida y la humildad aprendida.
Las narrativas de la pandemia
Hasta que no veamos la pandemia
reflejada en una buena novela o en una buena película no sabremos lo que hemos
vivido.
Manuel Vilas
Durante estos meses vividos todos hemos sentido de
un modo u otro la necesidad de contar lo que nos está ocurriendo, en parte
porque seguimos sin comprenderlo ni creerlo y también porque los sentimientos y
emociones son demasiado intensos para callar.
Antes de que lleguen esas novelas, películas,
músicas y poemas los libros nos ayudan a través de las vivencias de los
filósofos, científicos, médicos y periodistas desde sus habitaciones
confinadas, hospitales y centros de salud, laboratorios y redacciones a
compartir y en la reflexión conjunta, comprender lo que pasa a nuestro
alrededor.
Mis historias suceden o han sucedido durante la
pandemia independientemente de que sus protagonistas hayan estado o no en
contacto con el virus que nos aísla y tomaré como hilo conductor de cada una de
ellas mis lecturas porque cada libro conforma la raigambre del telar de nuestra
mente a través del conocimiento y la emoción que provocan.
Sacramento
Esperar lo imposible, o incluso lo muy
improbable, nos expone a una constante desilusión.
Paolo Giordano
El primer libro relacionado con la pandemia que he
leído en el mes pasado mes de abril fue En tiempos de contagio de Paolo
Giordano, un breve ensayo que analiza algunos de los aspectos más
importantes de lo que estaba pasando en Italia y en el mundo con una invitación
final a disfrutar del día a día2 mientras esperamos que la
vida vuelva a ser como antes.
……………
Sacramento ha vivido sus últimos meses en una
constante desilusión después de aquellos dos ingresos en el hospital con el miedo
a contagiarse del COVID 19 cuando llega a casa con un corazón muy cansado
propio de sus 95 años.
En los meses en los que la he visitado antes y
después de la llegada del virus a Madrid, además de los problemas de salud que
le acechan con esa hinchazón intensa en las piernas que le ha llegado a
provocar ampollas y el líquido acumulado en sus pulmones que dificulta su
respiración, está siempre presente el miedo a morirse lo que le produce
angustia y somatizaciones.
Con el oxígeno y altas dosis de diuréticos se va
estabilizando y sintiendo mejor. Las piernas se van deshinchando y pierde peso pero
sus riñones en un momento determinado se quejan, así que después de un breve
periodo sin orinar que parecía preludiar un próximo final conseguimos unas
cuantas semanas más de vida.
Una vida entre la cama y el sofá, sin alicientes
ni posibilidad de disfrute a pesar de los cuidados de su sobrina y de esa buena
mujer que la quiere como si fuera su hija.
La visito con frecuencia y charlamos por teléfono.
Cuando me siento a su lado, con la mascarilla y los guantes, en el salón
comedor con el balcón abierto a la calle por donde transita poca gente
enmascarada y con miedo me dice:
- No me lleven al hospital, por favor, allí no
quiero volver, porque no salgo.
Lo dice con voz entrecortada, jadeando, con una
dificultad respiratoria añadida por el temor al hospital.
La televisión encendida (con las noticias que no
le interesan o los concursos que no puede seguir por su sordera) está frente a
ella como un mueble más al que no mira ni le distrae.
A veces siente picores. En otras ocasiones
atragantamientos. Gases, diarrea, estreñimiento. Duerme mal, a ratos, aunque su
familia la encuentra dormida en el sofá y en la cama. Y siempre siente angustia
vital. Aferrándose una vida que tan poco le ofrece.
Cuando la visito para revisar sus problemas y
tratamientos, para comprender sus temores e intentar llevarle un soplo de
alegría con mis bromas, sonríe y pregunta por mi familia mientras me ofrece un
café que por las horas rechazo con educación.
Pero después inquiere con educación y picardía si
el próximo día traeré el estetoscopio y el pulsioxímetro para escuchar sus
pulmones y ver sus niveles de oxígeno mientras se aferra a la vida como un pez
que hemos sacado del río y lucha por volver al agua.
He subido tantas veces esa escalera (también con
el estetoscopio y pulsioxímetro) que me recuerda a viviendas de la infancia con
ese ajedrezado de piedra gris fría mientras voy contemplado los zapatos y
patinetes en las puertas de las casas como si estuvieran esperando una nueva
Epifanía, que ese día en el que se por mi compañero de cuidados paliativos que
va a ser mi despedida siento que ya no volveré a subirla y me produce tristeza.
Entro en su dormitorio. Está tranquila y
respirando despacio con el oxígeno y la medicación que ha precisado por la
agitación nocturna que creemos preámbulo del final. Nos miramos y comprendemos
sin palabras que todo lo que podemos hacer por ella se ha ido tejiendo como el
ganchillo del armario del comedor, poco a poco, a su ritmo.
Me despido con un beso después de quitarme la
mascarilla por primera vez y su sobrina me reprocha con afecto que después de
tanto tiempo no conoce mi rostro.
Bajo despacio, con un libro en la mano, testigo de
nuestra relación de tanto tiempo y siento que sea viernes porque no volveré a
verla.
Juana
Los “valores” y “creencias” no
deberían ignorarse: juegan un papel importante y deberían tratarse como modos
específicos de ensamblaje.
Slavoj Žižek
Pandemia. La COVID estremece al mundo,
es un interesante (y mucho más reflexivo que el de Giordano) ensayo del
irónico filósofo esloveno3 publicado en el pasado mes de mayo en el
que pone de manifiesto la necesidad de un nuevo orden político tras el
fracaso del neoliberalismo, el auto esclavismo de la clase media occidental y
la “virología” que nos constriñe y aísla desde una perspectiva biológica,
periodística, económica, política y social. Comienza con un “no me toques”
que refleja el sentimiento de muchos ciudadanos, tanto los que tienen miedo
como los solidarios y termina con reflexiones sobre los riesgos a evitar: el
poder totalitario, el nuevo capitalismo bárbaro y el poder omnímodo de la
ciencia a pesar de sus límites y tendenciosidad.
…………………..
El momento primordial de su vida sucedió
hace 90 años, cuando su madre le llamó desde el lecho en el que había parido a ese
hermano que no sobreviviría para decirle que un ángel acababa de anunciarle que
iba a morir.
Se recuerda corriendo en busca del sacerdote de la
iglesia de San Andrés, tan cercana de su hogar para que administrara a su madre
los últimos sacramentos.
Una huérfana de nueve años con cinco hermanos
pequeños en un lugar de Sudamérica. Salvada por los valores y las creencias. Anclada
a la seguridad y confianza que solo la fe le puede proporcionar en un mundo rural
y hostil que se abre a los ojos de una niña que de pronto se debe hacer mayor.
Puedo entender ahora que la habitación y la casa
estén presididos por imágenes de vírgenes y de cristos y que su mayor consuelo
sean la misa diaria escuchada en la televisión (es un regalo del Señor, porque
en su país no es así) en compañía de la mujer que cuida de ella y la lectura
sin gafas de las sagradas escrituras.
Cuando llego a su casa me recibe como siempre con
alegría y mientras le ayudo a caminar hacia su dormitorio intenta besarme las
manos y agradecer reiteradamente mi visita.
Ya no puede caminar sola, apenas tiene apetito y
su deterioro es progresivo aunque más lento de lo que la enfermedad y los
análisis harían prever, pero cuando le pregunto por si quiere saber siempre
atribuye sus síntomas a la edad. En nueve meses cumplirá los cien.
Su hija en la casa (y antes por teléfono en
instantes y en días anteriores) me cuenta que mis visitas son el mejor
medicamento para ella y cuando le pregunto una vez tumbada en la cama sobre los
síntomas y dolores que previamente me ha explicado su familia me responde que
en ese momento no le duele nada.
Mientras la exploro, con la intención de buscar
más el contacto que alivia que la información clínica de la que ya dispongo me
siento un fraude, pero luego recuerdo que aliviar y acompañar es lo que debo
hacer porque su enfermedad no tiene cura.
Elena
La piel te hace recordar quién eres y
para qué estás allí.
Gabriel Heras
La lectura de En primera línea no puede ser
de otra manera que de un tirón, porque el hilo de la historia de Gabriel forma
parte de las nuestras, de las vidas de los sanitarios y resulta imposible no
identificarse con él, ser con él.
Humanizar la asistencia sanitaria,
las relaciones entre personas y la vida en general es un tarea que nos
compromete a todos.
Cuando nos adentramos en los hospitales cruzando
las “cámaras de despersonalización”4 nos convertimos en
pacientes dispuestos a dejarse hacer e incluso llevar sin resistencia un pijama
con el culo al aire.
……………………………………
Mientras cumplimento el certificado de defunción
en el vacío salón de su apartamento no puedo dejar de mirar los álbumes de
fotos que a través de su etiqueta en DYMO muestran los lugares más o menos lejanos
por los que ella había viajado. Lugares de Asia, América y Europa. Lugares de
España. El orden define su carácter forjado en el agradecimiento y la fiesta
merecida después del trabajo.
Pienso antes de firmar con un nudo en la garganta,
que a partir de ahora todas esas fotografías que han conformado las
narrativas de su vida carecen ya de sentido. Esa vida que ha acabado hace
escasas horas después de 95 años de plenitud y que he tenido la fortuna de
compartir desde las orillas de la enfermedad y el dolor, desde la fe y el
afecto.
Estoy convencido de que revisar con ella cada una
de esas fotografías al abrigo de una taza de café hubiera sido una enseñanza y
un gozo como lo eran escuchar su voz y comprender la importancia de los
modales, de las formas, de aquello que antes conocíamos como buena educación.
Puedo pensar tranquilo en todo ello con el
bolígrafo en mi mano porque estoy a solas ya que en su último aliento la única
persona que se encontraba con ella en casa era su cuidadora y cuando llego a
despedirme y certificar su defunción me sorprende en el portal porque no quiere
estar con la muerta. Parece que tiene miedo.
Me pregunto cómo es posible que nos hayamos vuelto
incapaces de convivir con la muerte cuando ésta forma parte de cada uno de
nosotros y sabemos que es nuestro destino.
Miro hacia el sofá verde en el que ha pasado sus
últimas mañanas y tardes con aquella luz que penetra por el balcón del fondo de
la habitación donde colocábamos el depósito de oxígeno que tanto ruido hacía.
Fue en mis visitas postreras el lugar compartido en complicidad cuando me
quitaba los guantes para acariciar sus manos y explorarla y la mascarilla para
despedirme con un beso.
Me despido de ella con un último beso en su frente
de científica, una caricia en sus manos de mujer sin hijos y una plegaria
inacabada mientras siento el infinito a través de esa ventana desde la que nos
llegaba la luz que iluminaba nuestros encuentros.
Antes de cerrar la puerta y dejarla sola, en esa
soledad de muerta que me sobrecoge miro hacia atrás en un último intento de
reconocimiento de aquellos lugares compartidos. Ahora solo se respira
desolación a la espera de que su familiar más próximo venga de una ciudad
lejana.
Andrés, Marisa, Fernando, Ana María,
Gabina, José, Catalina, Ticiano, Domingo, Dorotea, Natalia…….
Es entendible que en una sociedad
envejecida haya una mayor reacción al coronavirus que al cambio climático.
Daniel Innerarity
El ensayo titulado Pandemocracia. Una filosofía
de las crisis del coronavirus5 supone un soplo de aire
fresco después de las experiencias vividas, la información que nos rodea y
alguna de las lecturas previas3 algo desasosegantes.
Me parecen reveladoras algunas de sus ideas de las
que destacaría la necesidad de entender la pandemia desde la perspectiva de
la multicausalidad (la concatenación de circunstancias lo explica mucho
mejor que hechos aislados o culpabilidades individuales o colectivas) y en
términos de complejidad sistémica en el contexto de un problema que es epistemológico
más que epidemiológico.
Un problema en el que la norma general ha sido la incertidumbre
como nueva normalidad a la hora de tomar decisiones clínicas, sanitarias y
políticas y que ha traído consigo el que médicos, economistas y políticos hayan
observado la realidad desde distintas perspectivas a veces contrapuestas.
Una situación crítica en la que ha sido necesario ponderar
los intereses de las distintas generaciones en situaciones muchas veces
límite y difíciles de comprender por la población en general.
Es imprescindible para la sociedad que el
dolor se transforme en aprendizaje, ya que las catástrofes proporcionan
evidencia del daño, pero no de la sanación y que desde la humildad, la
sensatez, la honestidad y el respeto (que en estos momentos es más necesario
que nunca) ciudadanos y gobernantes seamos capaces de trabajar juntos a través
del diálogo constructivo (independientemente de las ideas), la cooperación y el
trabajo unidos desde un glocalización sostenible.
……………………………………………..
Cuando conozco de primera mano que ellos no están
aquí, que posiblemente el virus ha contribuido a su ausencia definitiva siento
un cierto grado de impotencia y de rabia, porque ha habido mucho trabajo
durante meses y años atrás y muchos tiempos compartidos.
Pienso en esa casa, a la que acudía con frecuencia
y a la que accedía después de franquear aquella puerta verde. Muchas veces
llegaba con incertidumbre de lo que podría encontrarme porque Fernando llevaba
meses e incluso años desafiando a las leyes de la medicina con una fragilidad
extrema y esa enfermedad nueva que conocemos como sarcopenia.
Su problema respiratorio crónico y severo que le
obligaba a emplear de forma permanente oxígeno y sus problemas cognitivos que
preocupaban tanto a su esposa y que le hacían pasar unas noches difíciles
formaban la estructura de las necesidades sanitarias porque lo social les daba
como sucede a menudo la espalda.
Ya no traspasaré esa puerta que conducía desde el
pasillo al dormitorio donde le exploraba o aquel salón luminoso donde un
ordenador portátil de alta gama convivía con un mobiliario tan antiguo como sus
moradores.
No volveré a escuchar sus voces con un marcado
acento extranjero ni despertaré la curiosidad del portero cuando traspase el
portal.
Siento cada pérdida, porque en cada persona
conocida a la que he podido atender se esconde un alma propia y una narrativa
que desaparece muchas veces para siempre como si una tormenta de arena en el
desierto de un mundo de incomunicación interconectado hubiera pasado por encima
de sus vidas.
Pienso ahora, en lo que sentía mi padre cuando un
paciente suyo fallecía. Ese vacío inmenso y una sensación de impotencia teñida
de culpabilidad aunque se hubiera hecho todo lo humana y técnicamente posible. Tuvieron
que transcurrir los años para no ponerse la corbata negra en cada “fracaso”.
Le habían enseñado como nos enseñan a los médicos
que la muerte era un fracaso. Y generaciones después ese es el constante discurso
en la sociedad, en las familias y en las facultades de medicina, en los
hospitales, en los despachos de los ejecutivos y abogados, en todo lugar
independientemente de la condición social.
Ocultamos a los niños la muerte, evitamos hablar
de la muerte, creemos que nos protegemos y lo hacemos con los demás cuando
cerramos el libro de los ritos sin darnos cuenta de que en cada uno de esos
actos nos negamos a nosotros mismos.
Los rituales que son procesos narrativos
necesarios en nuestras vidas están despareciendo6 siendo sustituidos
por el narcisismo y consumismo vacíos de contenido. En estos meses hemos asistido a la ausencia de
rituales en aquellos necesarios procesos de cierre como son la despedida de
nuestros ancianos fallecidos. No ha sido posible darles la mano en los últimos instantes,
salvo en situaciones excepcionales4 ni despedirles para cerrar su
ciclo de la vida y permitirnos la experiencia de un proceso de duelo normal. Es
posible que en los siguientes meses suframos las consecuencias ya que en el
rito funerario el auténtico sujeto del duelo es la comunidad6.
Mi amigo Alberto ha necesitado escribir una bella
carta con múltiples destinatarios; su madre, sus hermanos, su padre fallecido y
él mismo, porque en un hospital le impidieron despedirse de su padre aun siendo
él médico.
No poder tener su mano en esos postreros instantes
le hace sentir todavía después de los meses pasados desasido de la vida.
Hay tantas manos en el aire en todas las ciudades
de España, tantas manos de esposas, hijos, hermanos, nietos despojadas del rito
final.
Hemos desnudado de humanidad las vivencias y
transformado en datos con ese culto al becerro del “dataismo” (que nos
venden políticos, gestores, periodistas y fabricantes de cualquier producto de
consumo) lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor: número de contagiados,
de muertos, de UCIs, de mascarillas, de pruebas, de ensayos clínicos, de
vacunas en experimentación.
Y esto sucede en un contexto de desubicación e
infantilización de una sociedad timorata y pagada de sí misma, en una
comunidad sin comunicación.
Quizás el texto de Han6 nos sirva de
reflexión tanto profesional como ciudadana de la necesidad de los ritos en
nuestras vidas.
Algunos ritos permanecen en nosotros de forma
indeleble dando un verdadero sentido a nuestras vidas, llenándolas de
significantes. Además de los ritos familiares y religiosos que nos han
acompañado siempre (independientemente de nuestra fe o creencias) existe un
listado de ritos personales más o menos profanos que son parte de nosotros
mismos.
Como abrir un vinilo después de haberlo
seleccionado en la tienda entre muchos otros, contemplar su portada y mirar las
fotografías de su interior, leer las letras de las canciones o los textos
anexos en los discos de jazz o de música clásica, colocarlo en el tocadiscos y
escucharlo con todos los sentidos. Poner la misma canción una y otra vez hasta
rallar los surcos e interiorizar los cambios de modulación de la voz, la
entrada de cada instrumento, lo bello y lo sutil mientras ese objeto de deseo
negro baila de modo magnético por debajo de la aguja que da sentido a los
sonidos.
Tomar en las manos un libro, olerlo y sentir el
contacto del papel en nuestras manos, penetrar en su narración dejando que la
historia te inunde y no importe nada más de lo que existe a tu alrededor, de
forma que seas uno con el libro hasta el final.
Nos vestimos de un modo especial, nos arreglamos
para los actos sociales que siempre han sido importantes: bodas, bautizos,
comuniones, graduaciones……
Hacemos comunidad en cada uno de esos actos que
configuran momentos de cierre de etapas anteriores.
Y del mismo modo somos otros cuando vamos a
participar de actos lúdicos y sociales. Nos preparamos para el teatro, para la
ópera, para el concierto de rock o la sala de jazz. Para la cita con el posible
amor de nuestra vida, para el examen oral, la oposición y la entrevista de
trabajo. Todo tenía su ritual. Todo es ritual. Desde los nervios previos al
momento final nos envuelve una amalgama de momentos que forman parte de
nuestras biografías.
Puedo pensar por ejemplo, que llego tarde a la
sesión continua y sin embargo no me importa porque puedo disfrutar de la
película mediada que volveré a ver después de la siguiente mientras estoy
conmigo y con la pantalla sin necesidades externas porque ir al cine es un
estar con ellos, con los actores. Penetrar a fondo en la historia, reír,
llorar, sentir miedo, alegría o ira. Un mundo de emociones a la altura de
cualquier bolsillo, pero cargado de liturgia.
Es por todo eso y mucho más por lo que me parece
que revestir de funcionariado, de sindicalismo o de asalariado a los
profesionales sanitarios pudiera ser un modo de despojarles de su esencia,
porque a pesar de los notables avances técnicos y científicos, los médicos
seguimos siendo para nuestros pacientes los herederos del mago, del chamán de
la tribu7 y necesitamos de la presencia del ritual para
acompañar, aliviar y curar.
Lo comprendo tanto cuando disfruto de la película El
abrazo de la serpiente7 regalo de mis amigos Concha y Alberto en
ese cinefórum que es un soplo de vida y comunicación, como cuando visito a esa
mujer de 99 años con una enfermedad terminal que se aferra a la vida, negando
su mal y atribuyendo su progresiva discapacidad a la edad mientras se pone en
manos de Dios.
En su pequeño mundo predomina lo ritual escuchando
la misa diaria y llenando la estancia de imágenes religiosas.
Mi presencia no tiene sentido si no es desde el
rito que nos une.
El rito del eterno dúo enfermo-sanador
institucionalizado cuando la historia no había nacido.
Bibliografía
2. Giordano P. En tiempos de contagio. Salamandra.
Barcelona. Marzo de 2020
3. Žižek S. Pandemia. La covid-19 estremece al
mundo. Nuevos cuadernos anagrama. Barcelona. Mayo 2020.
4. Heras G. En primera línea. Un testimonio desde
la UCI de la crisis del coronavirus. Península Realidad. Barcelona. Junio 2020
5. Innerarity D. Pandemocracia. Una filosofía de
la crisis del coronavirus. Galaxia Gutenberg. Barcelona. Mayo 2020
6. Byung-Chul Han. La desaparición de los
rituales. Herder. Barcelona. 2020