Una fiesta porque requería dirigirse a un lugar en el que todo estaba revestido de un cierto estilo, de lo que llaman los cursis glamour. Un sitio en el que desde el modo de adquirir la entrada tras una conversación con la taquillera (que a veces llegaba a ser una persona cercana a nosotros por conocida), la hermosa y lujosa entrada a la sala y el olor específico que desprendía identificaban claramente que en unos momentos asistiríamos al milagro de trasladarnos a Bagdad, Nueva York, al Oeste o al futuro sin salir de nuestro barrio.
Los acomodadores vestían como aquellos porteros de los hoteles de lujo que veíamos en las películas y la limpieza inmaculada del piso y las butacas llamaban nuestra atención infantil.
Ahora, te sacas las entradas y te acomodas tu mismo después de haber penetrado en un lugar gris, de aspecto hostil y maloliente con restos de palomitas en el suelo y antes de disfrutar de la película llegas al aburrimiento profundo y piensas en irte a la calle por el exceso de anuncios de coches o perfumes que no te interesan para nada.
Hemos llegado a admitir que tenemos que servirnos la gasolina manchándonos las manos, la fruta y la verdura que pesamos minuciosamente y sin rechistar, el dinero en el cajero automático, las entradas de cine y de teatro y un largo etcétera y nos parece lo normal. ¿Para qué hacen falta personas si lo hacen mejor y más barato las máquinas? Y de modo tan eficaz que incrementan las listas del paro.
Dentro de muy poco acudiremos a la máquina de diagnóstico y nos trataremos cada uno a su manera y libre entender. Hay varios chistes circulantes sobre ello, pero a los médicos no debe llevarnos a risa el cambio que se avecina.
Decía Foucault que la medicina moderna fijó su fecha de nacimiento hacia los últimos años del siglo XVIII. Posiblemente estamos en la era de la medicina postmoderna en el contexto de los tiempos líquidos de Bauman y las sociedades cansadas descritas por Han, con individuos que se diluyen y autodestruyen porque todo lo que era sólido para Muñoz Molina y para tantos otros que compartimos su punto de vista está despareciendo poco a poco.
Estos cambios tan tristes a la hora de ir al cine me recuerdan a la política sanitaria de la Comunidad de Madrid. Fea, sin alma y centrada en la tecnología.
Se añoran la inteligencia, el respeto y el afecto hacia las personas, sean profesionales de la salud o enfermos. Cada día, se echa más de menos la relación personal.
Y cómo diría Serrat parece preciso escribir una carta con pluma en un papel dirigida a quién corresponda y enviarla por correo postal con un sello en el que se vea la imagen de Gregorio Marañón como recuerdo de que la tecnología más importante para el médico en el año 2023 sigue siendo la silla.
Una carta que diga algo así:
Estimada señora, estimado señor, estimados señores… a quién corresponda:
Me gustaría informarles, aunque quizás ya lo sepan que hace unos días llegaron a mi Centro de Salud, un lugar en el que la inversión más necesaria es en personas para poder atender a las personas y tiempo para que esa atención sea adecuada, unas cuantas pantallas de televisión en las que en silencio permanente unas mujeres jóvenes con mascarilla dan consejos sencillos.
Pantallas digo, cuyo coste imagino que no será pequeño, y que al menos desde mi humilde punto de vista como médico que lleva trabajando más de treinta y cinco años en estos lugares llamados centros de salud en varias provincias de nuestro país, tienen poca utilidad y se han colocado sin preguntarnos sobre su necesidad y oportunidad.
Nos hubiera gustado tanto poder hablar con alguien, con personas de carne y hueso sobre nuestros problemas reales.
Nos hubiera encantado opinar sobre las necesidades materiales y humanas del lugar en el que pasamos muchas horas al año.
Nos parecería extraordinariamente útil compartir con ustedes la visión y misión que tenemos sobre la importancia de nuestra tarea.
Y hubiera sido decisivo dialogar sobre nuestro trabajo centrado en los otros. Una labor que precisa conocimientos y habilidades técnicas, pero para la que es preciso grandes dosis de humanidad. Y esto se adquiere con lecturas, reflexiones y experiencias.
Porque, aunque quizás ustedes no lo sepan, a las personas que acuden a este lugar lo que más les importa es que les escuchen, les informen adecuadamente y les traten con respeto y afecto. Y nos lo dicen todos los días. ¡Todos los días! No necesitan ni quieren pantallas. Buscan soluciones a sus problemas en las personas.
Nos preocupa que estas pantallas sean el preludio de una medicina centrada en la tecnología y que los profesionales de enfermería y medicina estemos en peligro de extinción por considerarnos innecesarios en su mundo virtual.
Me pregunto cuáles serán las razones científicas y sociales que se esconden detrás de todo ello. En el hipotético caso de que existan.
Y después de todo me surgen muchas otras preguntas que supongo que no se han llegado a plantear.
Cuando accede un paciente al sistema sanitario público:
¿Quién le escucha?
¿Quién le consuela?
¿Quién le explora?
¿Quién es compasivo?
¿Quién le explica el problema?
¿Quién le da la mano?
¿Quién le abraza?
¿Quién le cura su herida?
¿Quién interpreta sus síntomas?
¿Quién le ausculta?
¿Quién le recibe con una sonrisa?
¿Quién le ofrece un pañuelo para enjuagar sus lágrimas?
¿Quién le comprende?
¿Quién decide con ella?
¿Quién le habla de su funesto pronóstico?
¿Quién le despide con cariño?
¿Quién es asertivo?
¿Quién toca su piel herida?
¿Quién responde a sus dudas?
¿Quién recuerda sus éxitos?
¿Quién le visita en su domicilio?
¿Quién se pone a su disposición en los momentos difíciles?
¿Quién se queda en silencio cuando sufre?
¿Quién le pregunta por sus nietos?
¿Quién cuida a su familia?
¿Quién le gasta una broma?
¿Quién responde a su sonrisa?
¿Quién le acompaña?
Las preguntas son infinitas.
Supongo que, para ustedes, como para los expertos en videojuegos y para los adolescentes solitarios la respuesta será la pantalla.
Pero tengo que confesarles, que después de sus silencios siento tristeza por la sanidad que nos espera y me da miedo, mucho miedo, pensar que han desaparecido de la asistencia sanitaria la inteligencia, el respeto y el afecto.
Que nadie nos escucha. ¿Hay alguien ahí?
Atentamente se despide de usted, de ustedes, de quien corresponda, un R38.
José Ignacio Torres Jiménez.