El Grupo Comunicación y Salud de
la SoMaMFYC tiene el gusto de invitaros al 39º cinefórum que
se celebrará el día 18 de diciembre, a las 16,00 horas en la
sede de nuestra Sociedad (C/Fuencarral nº 18-1º D). En este encuentro, se
proyectará y comentará la película “El show de TRUMAN” del
director Peter Weir. Se trata de la última película que veremos en la actual
sede de Fuencarral, por lo que este cinefórum tiene el aliciente emotivo de
obrar como doble despedida: del año y del escenario donde tantas películas
hemos analizado.
Al igual que los anteriores
cinefórums, éste será coordinado por los doctores Alberto López
García-Franco -Colaborador del Grupo Comunicación y Salud, que
nos adjunta una breve reseña- y Concha Álvarez Herrero.
El director Peter Weir nos ha
mostrado universos tan dispares como aquel en “El año que vivimos
peligrosamente” (1982) en donde en la Yakarta del año 1965 un
reportero (Mel Gibson) informa sobre la insurrección comunista contra el
presidente Sukarno, o ese otro descrito en “Gallipolli” (1981) en el que
el mismo protagonista, transmutado en soldado australiano, pelea contra los
turcos en un combate desigual en el que se enfrenta con lo peor (la guerra),
auxiliado por lo mejor (la amistad).
Cine épico es “Master y
Comander” (2003) en donde se nos cuenta, a comienzos del año 1805, la
contienda naval de las guerras napoleónicas entre franceses e ingleses. Russell
Crowe en el almirante de la fragata de la armada británica “Surprise” con
muchos cañones por banda y una luna que a fuerza de rielar dibuja la silueta
del perseguido galeón del corsario francés Acheron, persecución en la que se
basa el argumento de esta memorable película. En ese barco viaja el
cirujano y naturalista Stephen Maturin (trasunto de Darwin en la serie de novelas
de aventuras navales de Patrick O.Brian), que sorprendido por las rarezas de la
fauna de las islas galápagos empieza a esbozar la teoría que cambiaría el
mundo, 35 años antes del viaje del Beagle.
Weir nos introduce en el
prestigioso género del cine de aulas con su “El club de los poetas muertos”
(2003). Enmarcada a finales de los años cincuenta en una prestigiosa y elitista
universidad estadounidense, la disciplina férrea es atemperada con la
revolución poética a fuerza del ”Carpe diem” y con gritos de “Oh capitán, ¡mi
capitán¡”. El profesor John Keating (Robin Williams) intenta descubrir a sus
poco motivados alumnos que una literatura sin verdad ni emoción no es
literatura.
En “Único testigo” (1985)
con la trama de una película de género negro, nos cuenta una historia de amor
imposible entre el detective Harrison Ford y Kelly McGilis, una mujer que vive
en el estado de Pensilvania, dentro de la llamada comunidad 'amish',
caracterizada por su sencillez, su austeridad, sus reticencias a adoptar una
forma de vida moderna y su gran fe en la religión cristiana anabtista. Rachel
es la madre del niño que ha sido testigo de un asesinato y al que se le
confiere la condición de testigo protegido hasta que se celebre el juicio.
“El Show de Truman”
(1998) nos introduce, en clave de medio comedia (o medio drama) en la
existencia de un personaje de una celebrada serie de TV. La dimensión moral de
la película es que el personaje protagonista, nuestro Truman, en totalmente
ajeno a la farsa y todo el despliegue se realiza SIN QUE ÉL SEPA NADA. Su vida
sirve de entretenimiento a una audiencia tan cómplice como los ideadores de la
productora que plantearon el falsario simulacro de este reality. precursor
de los futuros “Gran Hermano”, la ciudad es un fabuloso plató y su mujer y sus
amigos son actores que fingen y actúan con una profesionalidad en a la que no
cabe la compasión ni la lealtad. Truman Burbank es un hombre corriente y algo
ingenuo que ha vivido toda su vida en uno de esos pueblos donde nunca pasa
nada; sin embargo, de repente, algo anormal está ocurriendo y eso le hace
sospechar que algo no está funcionando como debiera.
El cine ha tenido la facultad de
mostrarnos teorías filosóficas con la simplicidad y la emoción que nos
aportaban sus argumentos. “Qué bello es vivir” nos brinda un precioso
alegato del amor fati de Nietzsche con su afirmación absoluta
de que la vida, valga lo que valga, hay que valorarla porque es lo único que
tenemos. ¿Cómo sería el mundo de nuestro entorno si no hubiésemos nacido en él?
Con Hanna Arendt nos
inmiscuimos en la banalidad del mal, y sus consecuencias terribles por muy
trivial que sean sus orígenes. Thelma y Louise nos introduce
en las tesis de Sartre según las cuales el sujeto en sí, inerte,
incapaz de decidir, siendo objeto sin voluntad, juguete de las circunstancias,
pasa a ser sujeto para sí: el individuo decide, acarreando su
angustia vital, cada instante de su vida hasta el final. En la Strada descubrimos
el estoicismo en la figura de ese equilibrista de nombre Il Mato que le dice a
la desgraciada Gelsomina “A veces no lo entendemos, pero todo ocurre por
algo; hasta la piedra más pequeña tiene su propósito; tu razón de existir es
enseñar a Zampanó lo que es amar”.
En nuestro caso, Peter Weir en su
“Show de Truman” nos hace una aproximación tan divertida como
profunda de la teoría platónica de la caverna. Dos películas nos han mostrado
con profundidad filosófica esta teoría de Platón; “Matrix” desde la
dictadura inmisericorde de fuerzas extrañas que nos dominan para conseguir
energía, y el “Show de Truman” desde la despótica insensibilidad de los
índices de audiencia y las ansias de triunfo y de poder. Esta
película está protagonizada por un impagable Jim Carrey, que torna su
gestualidad cómica en ademán de tragedia. Un análisis profundo sobre la propia
identidad y en donde, como el mito de la caverna, somos el reflejo de una
realidad que nos es ajena. Creada por no sé qué dios, Truman es el diseño
inventado por la imaginación de un productor y moldeado por un público no muy
afín. De hecho el jefe de la productora, interpretada por Ed Harris, se llama
Cristof y relata los momentos importantes de la vida de Truman que él ha
configurado y que han trascendido en la vida de este personaje. De hecho el
barco que coge Truman tiene el número 139 y hace referencia al salmo 139 de la
Biblia, tan ligado a algunas de las esencias de la película. Peter Weir supo
aprovechar el guion de Andrew Niccol (que había dirigido y escrito la película
“Gattaca”) haciendo una película menos oscura que el texto original, pero en donde
la sonrisa que nos aflora se muestra sumida en una profunda desesperanza, y
cuyo final nos da una clave más para interpretar este mundo de luces y de
sombras. Película distópica en los años 90 pero que ahora, en un mundo que
amenaza nuestra propia privacidad, con la indefinición sobre la propia
identidad con propuestas sobre la posibilidad de colocarnos un microchip en el
cerebro y fusionarnos con la inteligencia artificial, en donde los algoritmos
pueden influir en nuestros gustos, parejas e incluso votos, la reflexión de
Weir cobra plena vigencia.
Os esperamos. No os la perdáis, y
como dice Truman:
Por si no nos volvemos a ver:
buenos días, buenas tardes y
buenas noches.